/> Mi Cuerpo Es Muy Mucho | Moira Millán

Hace un tiempo atrás, un hombre con el que salía, más por soledad que por sentirme atraída, en rudimentario español me dijo, encubriendo su reproche con falso tono de broma, mientras tocaba los rollos de mi cintura, amplificada por tortas fritas y harinas: “Esto es muy mucho…” y rio. En ese momento, que el hombre eligió para decirme la desafortunada frase, yo me encontraba en una asamblea virtual con hermanas de muchas naciones indígenas, integrantes del Movimiento de Mujeres y Diversidades Indígenas por el Buen Vivir. Estábamos acordando y redactando cada punto del pliego de demanda por la abolición del Chineo, una aberrante práctica de violencia sexual racista y patriarcal contra las niñeces Indígenas. Habíamos tardado siglos en decir basta a tanto abuso, a tanta violencia sobre nuestras cuerpas. Todas veníamos de ancestralidades violadas. La mayoría de las que allí estábamos redactando el pliego de demandas para la Abolición del Chineo habíamos sido violadas y, ya madres, habíamos visto el dolor de nuestras hijas violadas. Tuvieron que pasar siglos para que finalmente internalizáramos que merecemos ser respetadas, amadas y honradas. No contesté inmediatamente su estúpido chiste machista, esperé hasta terminar la asamblea en la que me encontraba. Cuando ya despojada del bagaje de emociones que se había agolpado en mí, al debatir y reflexionar la magnitud de la tarea llevada adelante por nosotras, para decir ¡basta! No sólo al Chineo, sino a la cosificación, racialización y menosprecio a nuestras vidas, como mujeres y, sobre todo, como mujeres indígenas.

Recién allí, con calma, me senté frente a ese hombre y le dije: Tienes razón, este cuerpo es muy mucho, ya que me ha llevado a caminar el país de punta a punta, a veces a dedo, otras caminando bajo el calcinante calor, o padeciendo un frío tan intenso que quemaba mis huesos, mojada en algunos senderos por lluvias torrenciales, comiendo a veces otras con hambre. En más de una ocasión me detuve en alguna ruta a hacer dedo y nadie me levantó, recuerdo la desesperación al ver que la noche me cubriría, hallándome sola en un lugar desconocido. He llorado en tantas ocasiones, desamparada, preguntándome: ¿por qué en nombre del buen vivir yo me daba el peor vivir?

Es que tenía un sueño, y para caminarlo y lograrlo solo contaba con mi cuerpo, mi sueño era unir a las mujeres y diversidades de las naciones indígenas, organizarnos, caminar juntas amplificando nuestro horizonte, ir hacia el buen vivir como derecho. No tenía patrocinador, no me apoyaba ninguna institución, partido, iglesia u organización social, y no quería ponerle excusa a mi inacción. Tenía que salir a caminar, a construir, alguien lo tenía que hacer y sentí el llamado a hacerlo. Mi cuerpo todo lo soportó hasta que, en 2015, tras el éxito de la primera Marcha de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir que sumó a unas 15.000 personas, me detectaron un cáncer. Fue un duro golpe, otra gran pelea que di casi en soledad, ya que no quise hacer pública mi situación, y otra vez a mi cuerpo, muy debilitado, le pedí un esfuerzo más: ir a dedo cada tres meses hasta Ngulumapu, Chile, para curarme con una machi.

Recuerdo lo difícil y triste que era para mí, estar en la ruta y tener que ir a evacuar en cualquier lugar porque no podía controlar mis intestinos, el cáncer estaba ubicado en mi estómago, la incontinencia intestinal era inevitable, aún hoy mientras les escribo a ustedes, vuelvo a llorar al recordar ese sufrimiento. Las distintas personas que paraban para llevarme terminaban abandonándome en medio de la ruta, ya sea porque estaban apuradas y no podían detenerse tan seguido como mis intestinos requerían o por miedo a que aquello fuera contagioso. Por fin una vez pedí ayuda y mis amados amigos Rody Grinmberg y Claudia Cichero vinieron exclusivamente desde Buenos Aires hasta Chubut para llevarme en su automóvil a ver a la machi. Finalmente me curé y fue como regresar a la vida

Sí, este cuerpo es muy mucho, le dije a ese hombre, y vos no lo mereces. Las mujeres indígenas, portadoras de fuerza y belleza telúrica, seguimos recibiendo la mirada racializadora y despreciativa del patriarcado colonial. La belleza hegemónica y supremacista blanca sigue operando en todas las decisiones de la sociedad, las oportunidades laborales, educativas, incluso recreativas y hasta románticas, se reducen para nuestras jóvenes. Las mujeres como yo, que estamos en el umbral de la ancianidad, nada pedimos para nosotras, pues ya hemos vivido y nos ha tocado pelear sin tregua para sobrevivir. Sin embargo, nos están naciendo nietas y queremos para ellas, elles y ellos un mundo mejor, y esto solo se logrará si despojades de hipocresía asumimos que el racismo y el machismo son parte de un mismo cáncer: la colonialidad que está encarnada en la transversalidad de todos los espacios sociales. Ojalá podamos ser capaces de examinarnos y desterrarlos por siempre de nuestro hacer, hablar y vivir.

Moira Millán desde la Puelwillimapu, ahora por Río Gallegos, Santa Cruz.